miércoles, 11 de noviembre de 2009

Sueño VI: El Último

Soñé con ojos oscuros. Ojos de un joven. Ojos que se detenían en un fenómeno como dos perros guardianes que se giran para acechar. Las pupilas inmantaban la extrañeza de quién intenta comprender. Miraban al otro lado, al otro lado del parque. Entre malezas oscuras, unos perros lamían sin miedo la sal de un charco.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Septiembre

Mirando la gente en la calle descargando mercadería. En un café. El verano se cerró con un portazo de lluvia y empezó el frío. Tres hombres en el metro leían el periódico Qué que en la portada de hoy decía: “Comemos lo que podemos pagar.” Una chica se sostenía la boca para no soltar la risa, una risa solitaria, esas que se tienen con el libro entre los ojos. Empezaron las clases y fui a mi examen de catalán. Hay gente de oficina en la calle. Las conversaciones son apuradas y de negocios entre relojes. Los pasos son con rumbo decidido bajo presión. Guardamos la diversión para los viernes y cierta melancolía para los domingos; los sábados son ese tironeo entre uno y otro. Septiembre es un gran lunes, un lunes de treinta días.

viernes, 26 de junio de 2009

Biblioteca

Me gusta ir a la biblioteca de la facultad de Filología, a la de letras, en el edificio histórico. Al entrar si se da toda la vuelta y se cruza el hall largo decorado con cuadros y las estanterías de madera, se llega a la biblioteca de griego, hacia el final hay una mesa, mi preferida, justo antes de la entrada a la biblioteca de hebreo. Esta mesa grande y de madera, está junto al ventanal que da al jardín de la facultad –jardín, a propósito, muy exótico- desde este lugar se puede la Gran Vía de Les Corts Catalanes y parte de la calle Aribau. En este rincón, leo.
Las bibliotecas fueron un descubrimiento que hice de grande cuando reuní la paciencia suficiente para sentarme y leer, de pequeña no la tenía, trepaba árboles y escuchaba música pero los libros me los relataba papá o el musicuento.
En ese rincón de la biblioteca leo, y miro, para descansar la vista, el árbol viejo del jardín.
Además de ese lugar disfruto de los sonidos de la biblioteca. Puntualmente son dos. El primero es cuando se sientan estudiantes en mi mesa, deben ser mínimo dos personas, me gusta escuchar con desatención su conversación susurrada. El sonido de la voz a medio salir de la boca ya sea en timbre grave o agudo, a una cierta distancia producía en mí un efecto sedante. La “s” ibérica en un volumen apenas perceptible tiene un efecto transportador al ensueño, como si el sonido rodeara mi cuello haciéndome cosquillas con una pluma tersa . No interrumpo mi lectura. Es un placer secreto. Ocurre algo parecido cuando alguien se acerca a las estanterías cercanas donde me encuentro para buscar un libro específico y miran con esmerado detenimiento los libros. La suela contra el piso en un paso corto y lento, y, sobretodo, cuando se detienen frente a un libro, escuchar el hueco donde probablemente decidirán si tomarlo o no, si es la edición que buscan, si es muy largo o muy corto. Si agarraban el libro, el sonido del roce de la mano sobre el papel, el pasar las hojas o el toque de las tapas duras al dejarse en el estante, me adormecía. Eran quizás los sonidos cercanos al silencio los que me transportaban…

martes, 2 de junio de 2009

Caminando

Salí de casa, di tres pasos y vi una paloma muerta. Estaba boca arriba con las alas desplegadas, la cabeza de costado y el pico entreabierto. Los ojos cerrados. Parecía haber muerto en el vuelo y bajado a la calle. Vi venir un viejo con camisa blanca, desabrochada, se balanceaba de un lado a otro de la vereda, daba tumbos,no sincronizaba el paso. Al acercarse a mí, vi la expresión de su rostro,la boca abierta en una mueca daba la impresión de que iba a quejarse profundo y largo pero no, sostenía la mandíbula caída, los ojos se le iban y miraba alrededor como buscando algo en las paredes y en la gente. Iba vivo. Doblé una calle y me encontré metida en medio de un grupo de turistas que caminaban lento y seguí con ellos. Tenía ganas de decirles ¡llévenme! cualquier motivo era mayor que el mío.

lunes, 11 de mayo de 2009

Sueño V

Estaba sentada en el sillón del comedor, me ponía de pie y salía a la calle. Algo extraño, presentía, iba a suceder. Me asomaba por la ventana del living, corría las cortinas y veía como unos nubarrones oscuros y densos pasaban a la altura de la casa. Me detenía a mirar uno en particular que se movía lento y muy cerca de la ventana; la nube parecía estar hecha de un fieltro negro con transparencias que por momentos reunían una forma y luego la perdían; por un momento se formó la imagen de una vaca con ojos grandes que se dibujó claramente con sus manchas blancas y negras en el lomo. El interior de estas nubes estaba hecho de un revuelto movimiento. Luego, salía a la calle y me paraba cerca de la vía a mirar el descampado que une Tapiales con Aldo Bonzi*. Mi hermana menor me alertaba de algo, me giraba a mirarla, volvía luego la vista hacia el descampado, hacia las vías, y veía una multitud, un ejército que se acercaba lento hacia mí. Si bien estaban lejos podía distinguir las caras y los cuerpos, había un hombre extremadamente alto a quien el sol le hacía brillar las mejillas, junto a él caminaba una niña que tenía la cabeza alargada. Los cuerpos poseían una deformidad que se sentía acechante, miraban fijo en un acercamiento lento.


*De chiquita creía que los pinos al otro lado del descampado, que se veían desde casa, era Chile.

jueves, 23 de abril de 2009

Visita al médico de cabecera

Cap de Salut

Me dijeron: "Siéntese allí y le llamarán por su apellido". Me senté. Detrás mío oía la voz de un viejo que le hablaba a una joven sentada a su lado. "He comprado hoy 2kg de naranjas en el mercado San Antoni a 1.99 el kilo"; Eh, -dijo ella- pero te vas a poner de naranjas hasta..." "Nooo- respondió el viejo- son pequeñas..." Ah, y más buenas entonces no?
Una mujer que apenas se sostenía en pie tomaba a su hija del brazo para arrancar el paso. El bastón en la otra mano. Un chico delgado pasó encendido al lado mío.
Fui porque tengo 35 años y tengo granos en la cara como si tuviera 15. No tengo ni el espíritu, ni la inocencia, ni la frescura, ni las ganas de esos años. Adolescente a los 35.
Una mujer mayor con la pierna derecha hinchada y vendada se sentó frente a mí; la venda dejaba ver la piel morada y lustrada por la presión. Un niño corrió con una venda en el ojo y un par de anteojos puestos. La doctora salía al pasillo a gritar apellidos como enfermedades y uno a uno se paraban los viejos con la vergüenza de estar enfermos.