viernes, 26 de junio de 2009

Biblioteca

Me gusta ir a la biblioteca de la facultad de Filología, a la de letras, en el edificio histórico. Al entrar si se da toda la vuelta y se cruza el hall largo decorado con cuadros y las estanterías de madera, se llega a la biblioteca de griego, hacia el final hay una mesa, mi preferida, justo antes de la entrada a la biblioteca de hebreo. Esta mesa grande y de madera, está junto al ventanal que da al jardín de la facultad –jardín, a propósito, muy exótico- desde este lugar se puede la Gran Vía de Les Corts Catalanes y parte de la calle Aribau. En este rincón, leo.
Las bibliotecas fueron un descubrimiento que hice de grande cuando reuní la paciencia suficiente para sentarme y leer, de pequeña no la tenía, trepaba árboles y escuchaba música pero los libros me los relataba papá o el musicuento.
En ese rincón de la biblioteca leo, y miro, para descansar la vista, el árbol viejo del jardín.
Además de ese lugar disfruto de los sonidos de la biblioteca. Puntualmente son dos. El primero es cuando se sientan estudiantes en mi mesa, deben ser mínimo dos personas, me gusta escuchar con desatención su conversación susurrada. El sonido de la voz a medio salir de la boca ya sea en timbre grave o agudo, a una cierta distancia producía en mí un efecto sedante. La “s” ibérica en un volumen apenas perceptible tiene un efecto transportador al ensueño, como si el sonido rodeara mi cuello haciéndome cosquillas con una pluma tersa . No interrumpo mi lectura. Es un placer secreto. Ocurre algo parecido cuando alguien se acerca a las estanterías cercanas donde me encuentro para buscar un libro específico y miran con esmerado detenimiento los libros. La suela contra el piso en un paso corto y lento, y, sobretodo, cuando se detienen frente a un libro, escuchar el hueco donde probablemente decidirán si tomarlo o no, si es la edición que buscan, si es muy largo o muy corto. Si agarraban el libro, el sonido del roce de la mano sobre el papel, el pasar las hojas o el toque de las tapas duras al dejarse en el estante, me adormecía. Eran quizás los sonidos cercanos al silencio los que me transportaban…

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